Stedman, M. L.: La luz entre los océanos.

Novela ambientada en Australia, en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Tom se alistó voluntario para luchar en la guerra, pero regresa vivo y no quiere hablar del tema; ha sido tanto el dolor que ha visto y quizá causado, que resiste a revivir esa fase de su vida. Poco tiempo después, una joven llamada Izz, y se enamora de él y le convence para casarse. Mientras, Tom ha aceptado una sustitución en un faro al sudoeste de Australia. En su primer permiso, se casan y van a vivir allí. La espera del primer hijo va seguida por la amargura tres abortos seguidos. La falta de esperanza en tener hijos llena de tristeza su esposa. Cuando un día llega a la orilla de la pequeña isla que ocupa el faro, un bote con el cadáver de un hombre y una niña viva de escasos meses, Izza procurará por todos los medios que se queden con la niña. Para eso es preciso que Tom oculte esa información en el diario que se lleva con gran rigor en el faro. La niña, en el siguiente viaja el continente será inscrita como hija de ambos. Durante años, la quieren y cuidan como a una hija, es un motivo de alegría de su hogar, hasta que se descubre la verdad. La acción, ambientada en la década de 1920, narra la felicidad inicial de esa madre pero también los remordimientos del farero, con un grave dilema moral; sobre todo, tras descubrir quién es su madre. El relato perfila bien las reacciones de ambas madres, la verdadera y la adoptiva así como la del supuesto padre, al intervenir la justicia. Como abogada, la autora contrapone la legalidad y el instinto maternal frustrado; la justicia y la soledad de la vida en un faro. El amor y el perdón son rasgos esenciales en el relato, sin los cuales, el conjunto hubiera resultado muy duro. Bien escrita, muestra el contexto y traza bien los rasgos de los personajes centrales. Junto a la carga emocional, deja claro en el relato lo que está bien y mal en las conductas, aunque valore las circunstancias al actuar. Relato excelente, por la tensión moral de fondo y porque sin negar la realidad, el amor y el perdón atenúan el rigor del relato.