El autor no tiene reparo en abrir su intimidad al lector, dejando que lea lo que él plasma en papel, que es su forma ideal de expresión. “El mayor de los tesoros, la vida, está desenterrado. Y sin embargo, qué pocos lo encuentran. (…) Cada nuevo día es un icono ante el que debemos encender la vela del asombro”. Estas reflexiones del autor están en el hondón de esta obra breve, escrita en prosa poética que destaca por su sencillez y capacidad de admiración ante lo pequeño. Un “chatarrero de Dios” se define el autor, que da valor a lo que para muchos resulta inadvertido: un árbol, un paseo, un pájaro, un recuerdo; el canto que hace de Lucía, una niña con síndrome Down, que tiene en sus ojos la luz de alma sin malear. Reflexiona sobre la enfermedad, la muerte, Dios, la fe, el tiempo, la escritura, la lectura, el amor, la familia, el sufrimiento, la sociedad, la cultura del postureo tan opuesta a la sencillez. Valora la importancia de la lentitud y la contemplación en una sociedad que vive