Arkell, Reginald: Recuerdos de un jardinero inglés.



Un día de la segunda mitad del siglo XIX, en la puerta de la casa de una aldea no lejos de Londres, apareció un recién nacido. No era de la aldea y el ama de casa que lo encontró decidió educarlo como a sus cinco hijos. El niño fue llamado Harold y tuvo la fortuna de que la maestra le cogió cariño y se ocupó de él. Tiempo después fue empleado en el servicio de una mansión. Su habilidad en el jardín salió a la luz, si bien había que respetar la jerarquía entre los jardineros. Entre el servicio, descubrió una joven muy guapa, que le convenció para que le preparase un precioso ramo de flores tomadas del jardín. Cuando el asunto llegó a la dueña de la casa, la joven dio una versión poco favorable a Harold. Por suerte, la dueña tenía un buen conocimiento de personas y despidió a la joven. Harold, a partir de aquel día puso los cinco sentidos en el jardín de la casa. Tenía un don especial para sacar el máximo partido a las semillas que recibía. Tras ganar un concurso floral, pasó a ocupar el puesto de jardinero jefe. Salvo algún pequeño sobresalto pudo desarrollar su notable talento. Este proceso lo rememora desde la casa del jardinero que ocupa. Cuando la señora Charrería decidió vender su casa, al final de la Segunda Guerra Mundial, dejó previsto en el contrato que el jardinero que durante tantos años cuidó del jardín, viviera en la pequeña casa, dentro de la finca, desde la que veía el jardín. Destaca la finura y actitud del jardinero hacia las plantas; algo que se aprende y se desarrolla un don con el que se nace. Los afortunados descubren el propio. Sin duda, Arkell lo tiene; de lo contrario no hubiera podido escribir este libro.

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