Canfield, Dorothy: Dulce hogar.




Novela ambientada a mediados del siglo XX en EE.UU. Una familia de clase media vive en una ciudad cercana a Nueva York.

El padre estudió en la universidad una carrera de letras, pero se gana la vida trabajando como administrativo en una tienda de ropa. Su esposa, Evangeline, se dedica a las tareas del hogar y acude una vez por semana a una reunión de mujeres que le sirve de esparcimiento. Tienen tres hijos, el menor todavía sin escolarizar, presenta un serio problema de convivencia por su carácter brusco. Todos esperan que al ir a la escuela pula esas aristas. Otro hijo tiene una severa dificultad con algunos alimentos. La madre se multiplica para llegar a todo; con esfuerzo, logra tener una casa 10. Ni una pequeña mancha, todo bajo control para que las comidas y el resto de necesidades familiares estén atendidas. Es la esposa perfecta si bien con el derecho de un cierto desahogo por el sacrificio que supone tener todo así. Esta es la familia Knapp. Las amigas admiran su abnegación y sentido de la dignidad; no admite que les ayuden, ellos afrontan todas las dificultades que se presentan. Un día, en la empresa en la que trabaja el padre y esposo, Lester, hay un relevo generacional en el mando de la empresa. Una decisión del nuevo jefe es prescindir de Lester, a quien considera poco competente. Cuando Lester camina hacia su casa sin saber cómo explicar la nueva situación que tendrán que afrontar, ve que se produce un incendio en una casa del barrio e interviene para ayudar a las personas afectadas. Es esas tareas sufre una caída grave, que le llevará a tener una paralisis de cintura para abajo. La señora Knapp desconoce la situación laboral de su esposo, pues no han tenido tiempo de comentarla y ahora no es el momento idóneo. Para afrontar el nuevo reto pide trabajo en la empresa en la que trabajaba su esposo. Acepta un puesto a prueba con un sueldo bajo, pero no tarda en mostrar su capacidad y lograr un puesto relevante y un sueldo mejor. La evolución que se produce en su hogar es digna de mención. Lester suple a su esposa en las tareas de la casa, lo que implica que sus hijos adolescentes tengan que ayudar. La relación entre Lester y el pequeño Stephen pasa a ser excelente. Además, la madre llega tan cansada que renuncia a supervisar la limpieza de la cocina y otros detalles. Todo marcharía sobre ruedas si el médico que atiende a Lester no llegara a la conclusión de que la movilidad de este es una cuestión mental más que física. La esposa sabe esa posibilidad; volver a las tareas del hogar le causa vértigo. Los hijos, lo aprecie o no la madre, han dejado de ser un problema y sus dificultades se han reducido. ¿Qué opción elegir entre que todo siga como hasta ahora o asumir lo que ocurriría si cambia la situación actual? La autora, fallecida a mediados del siglo XX, no relata inocentemente esta historia tierna; plantea al lector una tesis a dilucidar. Al margen de la conclusión, es delicioso observar lo positivo que puede aportar cada uno en el rol que les toca desempeñar.

Pero, ¿serían capaces de buscar una fórmula de conciliación que permitiera a cada uno conservar lo mejor de su aportación a la familia? Lo de menos es esa real o falsa actitud que adoptan las señoras del entorno social y familiar.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Índice

Fulwiler, Jennifer: Un encuentro inesperado.