Prieto, Federico: Don Ignacio. Por las montañas a las estrellas.



El autor de la semblanza es un periodista nacido en Perú con experiencia en su trabajo. En esta ocasión aborda el relato de la vida de don Ignacio Orbegozo.

El biografiado conoció el Opus Dei cuando comenzaba la carrera de medicina y murió, con setenta y cinco años, siendo obispo de una diócesis de Perú. Nació en Bilbao (España) en 1923 y falleció en Perú en 1998. De carácter expansivo y alegre, recio y pudoroso al manifestar los afectos. Estudió medicina y ejerció como cirujano. Más tarde, recibió la ordenación sacerdotal en 1951 y, tras diversos avatares, entre otros hacer el doctorado en teología, recibió un encargo inusual; la Santa Sede quiso encomendar al Opus Dei la atención de una Prelatura territorial; el fundador tras aclarar que el espíritu del Opus Dei es la santificación de la vida ordinaria, aceptó esa petición por venir del Santo Padre. El encargo recibido en 1957 fue atender la prelatura de Yauyos, zona entre 3.000 y 5.000 metros de altitud y con una extensión de más de 12.000 km cuadrados y que llegó a tener una superficie similar a la de El Salvador. Orbegozo fue allí con la fe de quien cumple la voluntad de Dios; llevó un grupo de sacerdotes diocesanos, que llegaron a ser algo más de veinte. Para comprender cómo se encontraba ese territorio, ayuda saber que muchos pueblos no habían recibido la visita de un obispo desde la época de Santo Toribio, cuatrocientos años antes. La situación material era paupérrima y el reto de formar y atender a una población dispersa y sin rudimentos básicos no pequeño. Atendió ese territorio desde 1957 hasta 1967. En esos años, además de participar en el concilio Vaticano II, puso en marcha desde la atención sanitaria básica así como resolvió otras necesidades materiales; pero sobre todo fue un pastor de almas ejemplar en la atención de los sacerdotes a su cargo. Pasó miles de horas a caballo por caminos de alta montaña, pero sentó las bases para un futuro mejor, impulsando la creación de un seminario, construyendo un santuario a la Virgen, facilitando medios para que hubiera un convento de religiosas e impulsando la creación de una universidad, con el nombre del obispo que siglos antes había atendido esas tierras: santo Toribio de Mogrovejo. Su trato con Josemaría Escrivá de Balaguer, fue de una fidelidad y cariño notoria.

Al morir había ordenado más de sesenta sacerdotes salidos de los seminarios que impulsó. Sus cartas a su hermana Rosario son una fuente, entre otras, para conocer el día a día y la perspectiva de su labor. Su carácter fuerte permitió que se le pudiera corregir con claridad; a la vez, en más de una ocasión tuvo que pedir perdón por hacerlo él así, pues no a todas las personas se les puede corregir igual.

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