Gutiérrez, M.: La librería del señor Livingstone.



Una joven arqueóloga, Agnes, vive en Barcelona pero sus trabajos son ocasionales y poco estables. Decide irse a Londres en busca de trabajo. Tras intentarlo en los excelentes museos que tiene la ciudad, acaba buscando un tipo de trabajo que le permita sostenerse económicamente, mientras por las mañanas sigue buscando trabajo con arqueóloga. La librería cuyo propietario es el señor Livingstone, que le ofrece trabajo durante los siguientes meses; su tarea será ser ayudante del dueño, especialmente en los momentos en los que hay que subir libros a la planta superior, a la que se accede por una escalera de caracol. El propietario conoce la ubicación de cada libro en la librería. En el centro, está en un recipiente acristalado, lo que dice ser el diario del explorador del mismo apellido durante un periodo de su estancia en África. Los clientes son habituales, de ahí que el dueño sabe cómo tratar a cada uno, pues conocer bien sus gustos, aunque alguna vez oculten sus deseos bajo una capa de falta de interés. Cada día de la semana tiene un ritmo habitual. En la librería está cada tarde Oliver, a quien lo lleva su cuidadora para que haga allí los deberes. La pasión de Oliver es la astronomía y en algún momento del año pueden contemplar el firmamento con un telescopio. Está también y escritor que usa ese lugar como si fuera su despacho. Un día, desaparece el diario de Livingstone y a pesar de la resistencia del dueño, acaba por llegar un detective de Scontlad Yard, John, quien a primera vista se enamora de Agnes. Los lazos entre las diversas personas que giran alrededor de la librería son de diverso tipo, pero hay un afecto común entre ellos. Las referencias a clásicos británicos son continuas, en las conversaciones, en la búsqueda de libros; en ocasiones son claras y en otras más suaves. Historia sencilla, con personaje amables y con gratas referencias y guiños a obras de literatura (autores como Tolkien, Dickens, Lewis, Carroll... y otros, sobre todo Shakespeare).

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