Nievas, M. A.: El copista de Carthago.



El protagonista del relato se llama Craso, sus primeros recuerdos están localizados en Nicomedia. No tiene ninguna noción sobre sus padres y desde su primera infancia vivió de lo que lograba encontrar en el mercado; no tardó mucho en formar parte de una pandilla callejera, y poco tiempo después fue detenido por un hurto. Un día lo compró como esclavo un hombre llamado Lucio quien tras, ponerle un fuerte aro en el cuello, lo llevó hasta la casa de Atanasio quien lo ocupó ayudando en un taller dedicado a hacer copias de textos en papiros. Su aprendizaje fue rápido, pero su interés por el contenido, le llevó a que Anás, se fijara en él y lo llamara con frecuencia para hablar con él. Craso habitualmente escuchaba, a la vez que aprendía. Con el tiempo su amo lo llevo a las reuniones que tenía con otros ciudadanos para que escuchara y, luego ayudara, facilitándole el papiro que en aquel momento pudiera necesitar. Aprender a leer y que su dueño le llamara para compartir con él ideas le fue separando de sus amigos iniciales, nada interesados por la cultura. Incluso alguno se atrevió a ver en Anás o un cariño en su sustitución por su hijo fallecido o pensamientos más torcidos. Pasado un tiempo, su dueño le dio la libertad y siguió trabajando para él. Allí descubrió el uso del pergamino. También conoció a Cordelio, un anciano que sobrevivía cultivando una parcela con la ayuda de su hija Lydia; ésta no destacaba por su belleza, pero algo en ella atraía a Craso. Hasta ese momento la imagen que se había forjado de los cristianos en las reuniones que su amo tenía con amigos no era muy favorable, pero cuando descubra que Lydia es cristiana y que sólo se casará con él si se bautiza, le va a servir para cambiar la perspectiva. El bautismo era todo menos un trámite; un largo tiempo de catecumenado es reducido por el empeño de Craso en aprender. El bautismo fue mucho más que un medio para casarse con Lydia. Mientras la vida del imperio seguía su rumbo y los emperadores cambiaban con frecuencia según el apoyo de las legiones o de intrigas entre militares. Cuando recibe el encargo de acompañar a Osio a Carthago Nova, situada en Hispania, con el fin de comprar materiales y de aprender la técnica de usar un tipo de pergamino de gran finura. El viaje es una ocasión de abrir horizontes, a la vez que doloroso porque supone dejar por un tiempo a Lydia. Durante ese largo viaje, una persecución ordenada por un emperador causó numerosos muertos entre aquellos que se negaron a adorar a los dioses; entre ellos, por las noticias que le llegaron Cordelio y su hija. Le desaniman a volver a casa, pues sólo encontrará que la finca está en otras manos. Descubre que entre los cristianos hay una división entre quienes sufrieron martirio o tortura, quienes traicionaron su fe adorando a los dioses romanos y aquellos que compraron un documento que garantizaba que lo había hecho, aunque no fuera cierto. La paz que llega con Constantino solo facilita parcialmente las cosas. El emperador no se interesa mucho por las cuestiones religiosas, pero no admite divisiones que pongan en peligro la unidad del imperio que intenta reconstruir. Craso vivirá los enfrentamientos entre quienes si creen en la divinidad de Cristo y quienes siguen a un presbítero, cada vez más conocido, llamado Arrio, quien ha encontrado seguidores entre muchos obispos. Es un largo periplo el que realiza, hasta que cansado de tanto viaje y buscando una paz interior que no encuentra, decide irse a Egipto, en donde algunos cristianos viven en soledad y otros han comenzado a reunirse en torno a una persona, lo que facilita la atención a los enfermos y, si se pide, algún consejo espiritual. Ahí conoce a Pacomio, uno de los fundadores de monacato oriental. El autor muestra bien el contexto histórico, si bien quizá se detiene demasiado en las disputas teológicas que al lector no le puedan interesar con tanto detalle.

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