Havard, A.: Creados para la grandeza.


En varios libros anteriores, este formador de empresarios y de jóvenes universitarios, había dejado claro que la magnanimidad es una virtud esencial para el líder. Los líderes son personas que inspiran a los demás para dar de sí el máximo de sus posibilidades; no tanto con técnicas sino potenciando las cualidades que los clásicos griegos trataron y que en siglos posteriores otros autores han completado. La magnanimidad es una actitud favorable hacia empresas grandes; no es un soñador a quien le gustaría hacer eso que dice, pero que lo abandona para volver a su vida cotidiana. Relata el autor como en un curso a directivos, un asistente le preguntó que líderes le habían influido más. Tras pensarlo un instante, contestó que sus padres. En otro momento del libro dice qué aprendió de cada uno de sus antepasados; sin ser exhaustivo señala algunos rasgos. De un pariente relata los efectos del vació que dejó en los países comunistas la falta de formación. Le pudo costar la vida contrastar esa opinión. Inseparablemente unida a la magnanimidad va la humildad; la una sin la otra podría llevar a la egolatría o la pusilanimidad. Magnanimidad no es un valor, algo que se admira, sino una virtud, algo incorporado, con actos conscientes y voluntarios, al propio ser. Asequible y profundo, con una buena formación humanística y sin reparos en reconocer si santo Tomás deja claro un concepto, si hay aspectos que la vida cristiana facilita una mayor comprensión, etc. Ni cita por erudición ni omite por temor. Conocer la naturaleza humana y lo que se apoya en ella, es lógico que leerle –y ojalá escucharle- influya para cambiar hábitos necesarios para no limitarse a gestionar un proyecto sino a liderarlo.

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