Ordine, Nuccio: Los hombres no son islas.



El autor, conocido humanista italiano ofrece una nueva entrega de sus lecturas, orientadas en este caso a explicar cómo el ser humano se comprende a sí mismo cuando mira y se abre al otro; así su felicidad está ligada a su capacidad para vivir al servicio de los demás. El título del libro refleja un verso de John Donne: ningún hombre es una isla, quien, postrado en cama, escucha doblar las campanas por la muerte de alguien y piensa que todos morimos un poco cuando alguien fallece. En una época en la que los vínculos están en retroceso, tras la pandemia vivida, la guerra en Ucrania, la crisis económica, etc., la propuesta de Ordine es mostrar con fragmentos de obras lo que enseña la literatura sobre la solidaridad humana. La reflexión sobre el texto de Donne inicia una serie de comentarios sobre clásicos. El autor acierta al incidir en la solidaridad humana, si bien su visión, o la de autores que cita, sobre la unidad de la especie humana es confusa. Ordine menciona los Ensayos de Francis Bacon, quien recuerda que en la caridad no hay defecto por exceso y alerta de que si el hombre no la orienta hacia otros hombres, “podría acabar por dirigirse hacia otras criaturas vivientes”, algo que ya se da. La vulnerabilidad y la interdependencia se aprecian en la selección de Ordine como ideas esenciales para salvaguardar una humanidad solidaria. La lectura de los grandes clásicos debiera ayudar a entender mejor a los demás.. De Virginia Woolf toma la metáfora de ver al hombre y la humanidad lo que una ola al océano. De Séneca, que “limitarse a no perjudicar al prójimo no basta”. De Saint-Exupéry, Ordine recuerda que domesticar, rasgo que aparece en El principito, es “crear lazos” para romper una vida replegada sobre uno mismo, así enseña el zorro al Principito; sus comentarios sobre esa obra son excelentes. Las lecturas propuestas por Ordine son sugerentes, aunque se aprecia una simpatía hacia algunas opiniones. Los autores que cita son variados, si bien algunos son aceptados como clásicos, otros no lo son y, como cualquier selección tiene algo de arbitraria. Compartir algunas ideas con el autor no significa estar de acuerdo en todo. He leído aquello que, a mi juicio, aporta valor al contenido. Es acertado recordar a Italo Calvino cuando afirma: “Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”. Hay una decantación que lleva a que queden los clásicos más universales. Ojalá el autor atraiga lectores hacia los clásicos universales. A la vez, no todos los lectores compartirán esa selección; no hay, ni debiera haberlo, una lista cerrada de clásicos universales. No es preciso hacer el intento; cada lector si aprecia a los clásicos adquiere criterio personal para elaborar su propia selección. Una excelente síntesis: el título del libro.

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