Cuenca Sandoval, Mario: El don de la fiebre.





Relato de exquisita calidad literaria y fina sensibilidad hacia el artista cuya vida y obra relata.

Olivier Messiaen, francés, nació en la primera década del siglo XX y murió al final de ese siglo. Destacó por su capacidad para la música; con once años entró en el conservatorio de música de París y durante décadas fue organista de la iglesia de la Trinidad. Armonizó su afición ornitológica con el amor a la música; afirmaba que veía colores en las notas musicales. A su firme catolicismo añadió influencias de origen oriental, pero sin sincretismos. Quizá se sintió identificado con san Francisco de Asís. El hecho central de su vida, y que ocupa buena parte de la novela, son los años de la Segunda Guerra Mundial; prisionero de los alemanes tras la invasión de Francia, fue enviado a un campo de prisioneros, el Stalag VIII-A, en Silesia, Polonia. Allí, el capitán Brüll, un mando del campo de concentración, le propone usar un pequeño local para componer música. De ahí nacerá su obra Cuarteto para el fin del tiempo, que con otros tres prisioneros interpretó ante prisioneros y los mandos alemanes. Para salir de allí con destino a Vichy, firmó papeles falsos; en su vida se fundían la religiosidad, el amor a la naturaleza y sentido musical, hasta el punto de que la guerra fue para él una cuestión menor. Su esposa, la violinista Claire Delbos, sufrió una grave enfermedad mental, hasta su muerte. En 1961 Messiaen se casó con la pianista Yvonne Loriod, quien había sido su colaboradora durante años. El compositor y músico, no siempre bien recibido por el público, viajó por América e hizo giras por diversos países. El autor relata la vida del compositor; logra, como el protagonista del relato, armonizar las diversas facetas del artista; un compositor que se prestó a controversias, entre otros motivos por dar cauce musical a los trinos de cientos de pájaros.

Para unos fue un genio y para otros un cobarde que no se enfrentó a los nazis y al régimen de Vichy; es fácil suponer que se aprovecharon de él con fines propagandísticos, aprovechando su ingenuidad y el que viviera inmerso en su propio mundo, fuera o no comprendido por los demás.

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