López Kindler, Agustín: Antonio Fontán.




La biografía de Fontán es rectilínea, entendida en cuanto mantuvo los mismos parámetros esenciales a lo largo de su vida, eso sí, cambiando con frecuencia de tareas. Fontán nació en Sevilla en 1923 y murió en Madrid en el 2010. Nace en el seno de una familia unida, católica y monárquica. Fontán vivió su experiencia miliar en los años de la posguerra, cuando la posible invasión de los maquis a España, estando movilizado durante meses que se le hicieron muy largos. En contra de la trayectoria familiar, estudia Filosofía y letras, especializándose en lengua; buen conocedor del latín estudiará a diversos autores, pero de manera especial a Séneca y Cicerón. Oposita con diversa fortuna hasta que obtiene cátedra en Granada. Su trato con Vicente Rodríguez Casado fue esencial para llegar a conocer el Opus Dei, institución en la que pidió ser admitido cumplidos los veinte años. Aunque el autor de la biografía, discípulo académico de Fontán, deja para el final esta dimensión de su vida, es la unidad de vida que vivió Fontán la que explica cómo dedicándose a tareas tan diversas como el periodismo, la política, la vida académica, viajando con frecuencia a causa de su afinidad con don Juan de Borbón, hay una unidad de fondo que da sentido a su trabajo. Tres personas, además del biógrafo, son hacia las que dirige un hondo sentido de la amistad: Florentino Pérez Embid, el citado Vicente Rodríguez Casado y Rafael Calvo Serer. Florentino le dio un disgusto cuando colaboró con el régimen. De Vicente guarda un recuerdo imborrable y procura que su labor universitaria sea reconocida a título póstumo, y por lealtad a Calvo Serer, le siguió en la aventura de dirigir un periódico como el Madrid. Maestro de periodistas, pone en marcha otras tareas, hombre conciliador, es elegido presidente del Senado cuando se aprueba la constitución, amigo de sus amigos, dedicó muchas horas a conversar con jóvenes procurando facilitarles aprender lo que a él le llevó decenio. Amante de la libertad, fue como no podía ser de otra forma, respetuoso con la de los demás. Su trato con san Josemaría queda velado por el legítimo pudor de quien sabe que no todas las dimensiones de su vida se deben airear, al menos al completo. Fontán fue un hombre de una pieza.

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