Esparza, J. J.: Jerome Lejeune: amar, luchar, curar.

   Sorprende gratamente el rigor intelectual con el que el autor se ha documentado para escribir esta biografía sobre quien es considerado el padre de la genética contemporánea. Esta es la historia de un médico historia de un hombre que prefirió perder el Premio Nobel antes que renunciar a lo que la ciencia le descubría y que era acorde con el juramento hipocrático de los médicos: curar. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las penurias económicas pudo estudiar medicina. En la facultad conoce a quien será su esposa, Birthe, una joven danesa que se convierte al catolicismo, fue una esposa leal que le apoya, comprende, etc. Un día su esposo le preguntó cómo podía ayudar más en casa, ella sonriendo le dijo que podía bajar la basura; él le preguntó dónde se guardaba y ella le contestó que llevaba varios días poniendo la bolsa junto a la puerta y él la sorteaba para salir. Lejeune tenía limitaciones y esto que he relatado es un motivo que engrandece a su esposa por su capacidad de comprensión. Jerome fue pionero de la Genética moderna, descubridor del origen genético del síndrome de Down. Quiso emplear su hallazgo para curar pero, irónicamente, la sociedad prefirió emplearlo para matar, ya que casi todos los países permiten el aborto si el feto viene con ese síndrome. Este libro está escrito de forma que el lector puede seguir las cuestiones científicas. Esparza, el autor de esta semblanza, visitó en 2018 a la viuda de Jerome; quien puso a su disposición el archivo de su marido; y Esparza pudo así conocer el contenido de cientos de cartas escritas por Lejeune la mayoría y por su esposa Birthe cuando él estaba ausente, dando conferencias por todo el mundo en su defensa de la vida humana. Desde el rey Balduino hasta el Senado de los Estados Unidos, muchos mandatarios que le consultaron las implicaciones morales de sus decisiones políticas sobre la vida humana. Lejeune conoció a los grandes de este mundo. Su labor fue reconocida por un círculo cada vez más reducida; muchos de sus colegas, aun sabiendo que tenía razón le dejaron solo porque no se sentían con fuerzas para resistir la presión que se ejercía sobre los defensores de la vida humana desde su concepción; en el caso de la defensa de los nacidos con síndrome Down, todavía se quedó más solo. Persistió en esa batalla en defensa de la vida de los concebidos ante la expansión del aborto; de forma especial puso en empeño en la defensa de la vida de aquellos niños que él había investigado en su dotación genética buscando cómo curarles y se empleaban esos conocimientos para su descarte a nacer.


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