Arana, Juan: Teología para incrédulos.



El autor nació San Adrián, población navarra, en 1950; años más tarde comenzó la carrera de ingeniería en Madrid, pero fruto de vivir con intensidad el movimiento cultural que giró en torno a la revolución cultural de 1968, abandonó la carrera y tras regresar a su población natal, cursó por libre la carrera de Filosofía y letras. Llegó a ser catedrático de filosofía en la universidad de Sevilla así como otros cargos como miembro de algunas academias relevantes. La crisis que vivió en su juventud no le alejó de algo esencial en su vida: saber si hay un sentido trascendente en la vida o no. Su familia era tradicionalmente católico, él durante años no lo fue, no lo que no le apartó de buscar durante 50 años la respuesta al anhelo humano del sentido transcendente. Gracias a su formación humana previa, a su rigor intelectual y a la ayuda vital de su esposa e hija, casi al final de su vida llegó a al convencimiento de que lo razonable era volver al seno de la Iglesia Católica, de la que no se apartó oficialmente, pero que durante décadas no fue relevante para él. La alegría serena paz de una fe renacida le permite evocar pasajes de su vida en ese largo camino hacia la fe. Tuvo siempre el apoyo familiar, pero hay saltos que tiene que dar cada uno y así actuó Arana. En su conversión no hay milagros, tal y como se entienden habitualmente, sí quizá el premio a su búsqueda honesta de la verdad y de aceptar con humildad lo que la Iglesia Católica ofrece y pide a sus fieles: el credo, los sacramentos, etc. En su vida estuvo presente el sentido del humor, como se aprecia en estas páginas. Persona que rehúye la polémica, pero que no tiene reparos en poner por escrito lo que piensa sobre las diversas situaciones por la que ha pasado en su vida y su relación con los cambios que ha visto a lo largo de estos años dentro y fuera de la Iglesia. Hay pocos temas que no aborde en este breve libro, en el que impera la moderación y el conocimiento de la naturaleza humana. Acepta las limitaciones que como personas tenemos los fieles de la Iglesia, como las tienen el resto de personas. No cae ni en posturas místicas, en angelismos, pero tampoco en mea-culpismos, haciendo notar con fina ironía lo que ha ido aprendiendo a lo largo de su vida, de la historia de la Iglesia, etc. Es un libro que no rehúye ningún aspecto en concreto, pero su posición es clara y serena, evitando los juicios personales, pero sin admitir los clichés que se han ido poniendo a la Iglesia y a sus instituciones. El derecho a profesar con libertad su fe está por encima de cualquier triunfalismo, pero sin rehuir los falsos ataques sufridos por falta de coraje para defender lo esencial. No se enreda en detalles accesorios, pero evita pensar un mundo sin Dios fuera mejor o más justo. Sabe que no todo lo que profesamos los católicos es racionalmente explicable, pero como buen filósofo, sabe que no hay dogmas irracionales, si los hay supra racionales, porque siendo la razón elemento importante en la vida humana, no es el criterio absoluto para resolver todos los temas planteados.

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