Ordeig, Manuel: La adoración.


El autor afronta un tema esencial si se cree en la existencia de Dios, pero que en la sociedad actual se ha perdido. Es cierto que Dios no necesita que le adoremos, ni espera de nosotros una actitud servil, pero la adoración cristiana compagina la omnipotencia divina y la conciencia de ser hijos queridos por Dios. Se puede adorar mediante la oración, sea vocal o mental, siendo la más perfecta la del alma contemplativa. Adorar es propio de nuestra actitud ante la Santísima Trinidad. Ciertamente en el modo de adorar es diferente la actitud de algunas prácticas del Antiguo Testamento y en el Nuevo. De hecho tras la venida de Cristo, además de poder adorar a su Humanidad Santísima, tenemos el medio por excelencia que es la Santa Misa y la Comunión. Afortunadamente está volviendo con fuerza la costumbre de la adoración permanente al Santísimo y son muchas las ciudades en donde está expuesto en la Custodia durante las 24 horas del día. Recientemente leía de una orden contemplativa de religiosas, que durante más de ciento cincuenta años no han interrumpido nunca la adoración al Santísimo, buscando la manera de solventar las indudables dificultades que a lo largo de ese tiempo habrán surgido. Como es lógico, los primeros beneficiados por la adoración a Dios somos cada uno de nosotros, porque nos ayuda a ordenar la jerarquía de valores y a cumplir los cuatro fines que tiene la vida cristiana: adorar, pedir, desagraviar, agradecer.

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