Waisman y Clelland: El chico de Buchenwald.
Waisman y Clelland: El chico de Buchenwald. Ed. Planeta, 2021. TESTIMONIO
Romek Waisman nació en 1931; judío y polaco. Cuando tenía nueve años, Alemania invadió Polonia; él acabó en el campo de concentración de Buchenwald, cerca de la ciudad de Weimar, Alemania. Su habilidad manual le libró de ser asesinado. Los niños sólo eran valiosos en tanto en cuanto fueran mano de obra productiva. Cuando en 1945 el ejército estadounidense liberó el campo, además de cadáveres encontró a cientos de niños judíos supervivientes, en un estado lamentable. Fueron trasladados a territorio francés; además de pasar una cuarentena, para evitar transmitir, había que enseñarles a vivir de nuevo en sociedad. El personal que les atendió tuvo una paciencia infinita; su tendencia a la violencia, el efecto de las pesadillas nocturnas, etc., hacía difícil su convivencia y su recuperación mental. Romek Waisman superó numerosas dificultades, como asumir que sus familiares habían sido asesinados y que no tenía a quien buscar en Polonia. El autor explica que el motivo de poner por escrito sus recuerdos, llegó muchos años más tarde, viviendo en Canadá, cuando escuchó decir que no había ocurrido lo conocido, como El Holocausto, decidió contar sus recuerdos, que tardó años en asimilar. La periodista que figura como co-autora, fue quien puso por escrito esos recuerdos. No es un relato histórico, en cuanto a orden datos relevantes aportados; son los recuerdos de un niño que pasó años queriendo olvidar y que luego asimiló y ordenó sus recuerdos de ese tiempo. La brutalidad es un rasgo que todos los supervivientes recuerdan, pero Romek recuerda también la ayuda de desconocidos, o que algunos presos quisieran que paquetes enviados por la Cruz Roja, fueran destinados a dar alimentos y ropa a los niños.
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